En los últimos días, diferentes medios han difundido la noticia de que ecologistas de Castril han amenazado e insultado al alcalde. La fuente de esta noticia parece ser que ha sido un comunicado y/o informaciones emitidas por el propio alcalde.
Lo primero que nos sorprende es que estos medios no hayan tratado de contrastar lo ocurrido con la versión de la otra parte. Así, hubieran sabido que la celebración por la paralización del trasvase ordenada por el T. Supremo se realizó en un lugar próximo al río; que allí fue donde se lanzaron la mayoría de los cohetes y que un reducido grupo de personas, una vez acabado el encuentro, se fueron a la plaza a lanzar los escasos cohetes sobrantes. También hubieran sabido que en ningún momento se amenazó a nadie ni se corearon frases despectivas o de contenido homofóbico. Y también –sorpresa- sabrían que la celebración no era de ecologistas sino de personas que han estado oponiéndose al trasvase.
Entre las personas que asistieron al encuentro, qué duda cabe, se encontraban ecologistas, como en las múltiples y masivas manifestaciones contra el trasvase del río. Y es ahí donde cobran sentido estas acusaciones a ecologistas de Castril: se trata de una cortina de humo lanzada para desviar la atención de las recientes noticias sobre la paralización del trasvase; de las responsabilidades políticas y penales que pudieran derivarse del hecho de haber mantenido la ejecución de las obras careciendo de cobertura legal y habiendo estado advertidos de ello. El propio alcalde de Castril se encuentra en esa situación.
No es nada nuevo. Esas cortinas de humo son algo recurrente en el alcalde de Castril y, casi siempre, vienen acompañadas de una demonización de personas o grupos ecologistas a los que acusa de ser responsables de sus propios fracasos.
Nos gustaría, eso sí, que el ecologismo fuese ese nuevo fantasma que recorriera Europa, y todo el planeta; que su visión del mundo y proyección política fuese una realidad vivida en cada vez más países. Por ello apostamos y sometemos al debate nuestros planteamientos, lo hacemos con la fuerza de la razón y la firmeza de las movilizaciones. Sabemos que las fuerzas que apuestan por el desarrollismo capitalista (o socialista, si lo hubiere –fuera China tal cosa-), hoy por hoy, continúan imponiéndose. Pero de vez en cuando nos llega alguna alegría, como la paralización del trasvase del Castril.
Ser ecologista no es sólo defender que la relación ser humano-naturaleza se produzca de una forma respetuosa y equilibrada, entender el planeta como un ecosistema, mantener la diversidad biológica. Ser ecologista es también defender la diversidad cultural. La cultura, al fin y al cabo, es el medio por el que los seres humanos se han adaptado al entorno. La pluralidad de este ha ocasionado la de aquel. Y las culturas no son monolíticas: sufren modificaciones a lo largo de la historia por la propia acción de los individuos que en ella viven; por nuevas necesidades de adaptación, por la humana capacidad de invención y anticipación. Individuos y pueblos que deciden cómo organizar la sociedad y qué formas de interaccionar con el medio. Precisamente, el reconocimiento de esa capacidad de interlocución, de argumentación racional, de decisión y de cooperación, es lo que otorga dignidad a todos y cada uno de los seres humanos, con sus diferencias culturales y personales.
Para el ecologismo, esas diferencias culturales y personales, la identidad social y personal son enriquecedoras y facilitan el mutuo aprendizaje. La identidad personal, con el reconocimiento de su dignidad, representa la condición que impide la instrumentalización del ser humano, de cada uno de ellos. La exclusión o la discriminación, en la variante que sea, como sexismo o heterosexismo, como racismo o xenofobia, etc., atentan contra esa identidad y su dignidad. En el ecologismo nunca se ha admitido que las diferencias personales den lugar a relaciones de subalternidad, de exclusión o desprecio. Ni en Castril, ni en ninguna otra parte del mundo. Contra lo que otros digan.
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